La humedad en el cuerpo por el rocío de las hojas, sentir la frescura de la altura, voltear y divisar las montañas que poco a poco se hacen más visibles por el alba, y sentir el peso gradual en la cadera por el canasto que se llena. Sí, hablo del campesino. Ese campesino que recibe el sol y la lluvia cómo cristales filosos, pero con paciencia. Ese campesino que se pierde en un laberinto de plantas con pequeños frutos rojos llamado “cafetal”. El campesino es el origen, es el que toma esos frutos para convertirlos en placer y felicidad.
Tiphanie Zúñiga Rivera
1 Comments
Valerie
Qué mensaje tan inspirador y poético.