Saltar al contenido Saltar al pie de página

Un viejo recuerdo Reflexiones de un Emprendedor

Apenas lo recuerdo, era muy niño, pero tengo una imagen un tanto borrosa de ver a mi abuelo cortando una botella de coca cola de dos litros para formar un pequeño tarro, y diciéndome que por cada vez que lo llenara con granos de café, me daría 15 colones.

Qué sentimiento. Esa emoción y energía de trabajar a cambio de unos cuantos pesos, para después ir a gastarlos en bolsitas y en confites.

Quien diría que este sería el primer recuerdo que hay en mi memoria de lo que hago hoy.

Pero sé que no soy el único que vivió algo parecido, ya que esto es una tradición que nos une cómo costarricenses.

¿Tienes un recuerdo parecido?

 

Tiphanie Zúñiga Rivera

5 Comments

  • Autor Puesto
    Milton
    Publicado 1 de junio de 2025 en 8:12 AM

    Linda remembranza de tu vida en lo albores de lo que hoy día llena de alegría, olor y sabor a muchos de los que degustamos tu excelente café, es una de las cosas que en nuestra vida nadie no puede robar. La importancia de tener recuerdos en la infancia no solo es una cuestión emocional, que toca a veces a la puerta de nuestra nostalgia, sino que es ahí donde nacen nuestras primeras experiencias, buenas y malas, que empiezan a ser imborrables. Felicidades por esa alegría de tu vida☕⌛

  • Autor Puesto
    Joaquín Martínez
    Publicado 1 de junio de 2025 en 8:18 AM

    Le comparto algo que escribí hace muchos años

    “Coger café, una forma de vida.

    Coger café era una extraordinaria experiencia de infancia y juventud, no sólo vivíamos rodeados de cafetales, sino que la cosmovisión de nuestro mundo se desarrollaba entorno a cafetales, primero el de mi abuela, ya que nuestras casas se encontraban alrededor de nuestro cafetal, luego los de don Juan León Hernández y después a donde nos llevaba el destino. Lo cierto fue que coger café no era algo que uno pensara lo hago o no lo hago, jamás, lo hacíamos o lo hacíamos y siempre fue parte de nuestra cotidiana realidad, digamos desde los 7 años y hasta los 18 años. Con ello ayudábamos a papá y a mamá, sea para comprarnos ropa, para darnos regalitos en navidad y para tener ahorros para disfrutarlos en nuestros viajes al Monte de la Cruz, o a Ojo de Agua en el mes de enero de cada año. Aquello era una experiencia más allá del calor de nuestra casa, que va…, nos levantábamos de madrugada, con un frío del carajo, abrigados a más no poder, teníamos cada uno un saco de yute y un canasto de mimbre hecho en Barva.

    Siempre iba con Luis mi hermano, éramos niños que entre alegría y la resignación afirmativa, nos lanzábamos a coger café, de madrugada, pero también para aprender a trabajar, como lo hicieron nuestros padres. Más allá de cosechar muchos granos de café, la verdad es que la experiencia siempre fue muy singular, escuchar por ahí una radio, ver parejillas que no sé por qué se perdían por las calles del cafetal, árboles de guaba que daban una sombra enérgica, asustados porque nos saliera una culebrilla, ser afectado por un gusano una y otra vez, oír gritos de “calle, calle…”, aquello era todo un concierto de la vida.

    Bajo ese escenario tuve dos lecciones de vida, la primera era la hora del almuerzo, mamá nos preparaba unas delicias envueltas en hojas de plátano y a la vez en tela de manta, para mantener calientita la comida, torta de huevo, arroz y frijoles molidos y alguna cosilla demás, para mí era la hora de disfrute máximo, ah y un fresco municipal, un refrescante fresco de sirope. Y la otra la lección de vida consistía cuando el Administrador del cafetal nos asignaba una calle de matas de café para cada persona, no importaba la edad o la experiencia y quedábamos advertidos que sino trabajábamos fuerte y si nuestra calle era buena, o sea muy cargada de frutos rojos del café, si así fuera, pues el primero que terminaba la calle propia y se daba cuenta de las virtudes de la del otro, nos topaba, cogía el café que era nuestro, eso era un desaire, una ofensa, un desastre que guardábamos en silencio, porque además teníamos otro castigo adicional, teníamos que recoger del suelo el desorden de granos de café que dejaba nuestro invasor, y nuestra mirada era de enojo y rabia. Moraleja, a coger café sin distraerse porque si no, nos topaban.

    Después otra vez, calle, calle… Cuando niño a los diez años, empecé a asistir a las mejengas en el Potrero de Loco, donde hoy se encuentra el OVSICORI, de la UNA, ¡qué grandes mejengas!, las mejores. Eso quedaba de la esquina de don Juan León (donde hoy está Megasuper, la casa de mi abuelita Rosa quedaba al frente), 100 este, 100 norte y nos metíamos por una cerca de higuerillas, o para los más viejos, de la casa de Dolores López, 100 al norte, nos metíamos por las higuerillas, subíamos una pequeña trocha y en el altillo estaba la plaza. ¡Qué categoría de plaza!, en el verano era un perfecto polvazal y en invierno un barrial perfecto, no había forma de salir limpio. ¡Sólo recordar a los porteros lanzarse a propósito a un charco de barro puro, eso sí era de grandes! Lo simple y fácil era marcar el marco del portero, sencillo dos piedras a once pasos una de otra y todo listo.

    Yo nunca fui un jugador competitivo, la única verdad era que yo disfrutaba mucho poder mejengear, todo empezaba así, se hacían dos filas iniciadas por los que se creían los mejores, y para mí, créanlo, yo me apuntaba al final, porque poco me importaba sobresalir, sólo jugar. Qué maravilla he de recordar que a veces esos juegos eran 25 contra 25, eran dos porteros y una jauría detrás de la bola, ver un marcador 18 a 5 no era problema, ya que lo importante era al final, “bola al aire, el que mete gol gana”, ahí se probaba todo. No importa ahora como fueron los resultados, sólo recuerdo los gritos, los ruidos, la hurra, las miradas y las sonrisas de entre tantos amigos, del Barrio La India o bien Barrio el Oriente o de otros barrios que se atrevían cruzar nuestra frontera. Todavía los escucho.

    Había otra cancha, inolvidable La Cancha del Maracaná, quizás se encontraba dónde está hoy la Biblioteca de la UNA, esa cancha era de más categoría y creo que la asistían más los jóvenes del Barrio del Carmen, del Barrio Chino, mejengueros del Barrial, esos si eran rudos, muchos jugaban descalzos, a punta de uña, porque la verdad, muy pocos teníamos tacos de fútbol, yo no participé de muchas mejengas, pero al lado sur había un montículo o gradería el cual si disfrutaba muchos viendo a otros jugar y de vez en cuando alguna que otra pelea, todas sin sangre ni huesos quebrados. A un kilómetro al este de esa cancha, siguiendo la orilla del Río Uriche, se llegaba a la Poza de los Tres Chorros, ahí me vi por primera vez en mi vida desnudo, pero ante otros hombres, ya que, para tirarse a la poza, era chingo o chingo. Ni modo, así lo hice, así lo hacíamos todos, de lo contrario nunca habríamos experimentado tan atrevida aventura, sólo saber que ya me había tirado a la poza, me hizo sentirme grande, todavía recuerdo lo grande que era, lo valiente que fui, reírse de alegría interna es un trofeo del alma.

    El Potrero don Domingo nos proveía un cerro por el cual nos deslizábamos en trineo, que no era más que cuatro tablas en formación cuadrada y a cada lado, y mal clavados pedazos de madera que servirán de freno o de guía, bueno, de todos modos, terminábamos rompiéndonos contra el final de la pequeña loma, nunca salíamos ilesos, pero eran otros bautizos de nuestra época. En ese Potrero teníamos jocotes, en las cercas teníamos nísperos, guayabas, naranjas, naranjas malagueñas, algún cañal, que, al partir en trozos, molíamos los dientes.

    Mi vida y mi universo fueron a la par de esa geografía, ir a tirar flechas a lagartijas, a pájaros, a ranas, a piedras sueltas, entonces andar una lanzadera de piedras en la bolsa trasera, llevar una jarra de vidrio y coger olominas de colores, peces que al cabo de pocos días se nos morían, pero volvíamos, siempre volvimos, era todo un mundo a descubrir, ya que siempre regresábamos a la casa, por una maltrecha trocha del Uriche hacia el oeste, ahí salíamos a la calle ancha, a la Calle 9, la última de Heredia al este. Foto tomada en 1952 por mi tío Mario Ramírez Villalobos, su negativo fue escaneado por su hijo y mi primo José Manuel Ramírez González.

  • Autor Puesto
    Guillermo
    Publicado 1 de junio de 2025 en 8:19 AM

    Saludos. De carajillo, recuerdo los sábados ir al mercado central de Heredia a jalar bolsas de mecate con las compras que hacía mamá, mis tías o alguna conocida y por jalarlas nos daban un cinco o un diez (céntimos), que servía para comprar golosinas. Más grande como de 18 años, y recién empezando a estudiar en la UCR, estuve en los años 72 y 73 jugando bola con la reserva de Heredia y recuerdo que un hermano y papá me pagaban a 3 colones el gol y me partía el alma para ganar algo más, de lo que nos pagaba Heredia a los de la reserva que eran 100 colones por mes. Hubo experiencias interesantes en Heredia como montarme por vez primera en avión cuando fuimos a jugar al Estadio Juan Goban de Limón, las reservas de los equipos de primera en esas épocas hacíamos los preliminares a las 9 de la mañana. Esos aviones eran bimotores de Lacsa. Por dicha me dediqué a estudiar y no a jugar y a finales del 73 empecé a trabajar con el gobierno para pagar gastos de la U y tener más platilla para las novias.

  • Autor Puesto
    Marianela
    Publicado 1 de junio de 2025 en 8:30 AM

    Relacionado con café recuerdo que íbamos a un cafetal con mi tío para ayudarle y abuelita nos hacía almuercito en hoja de plátano, riquísimo, pero mi papá para darme unas monedas los domingos, debía ayudar a mamá en alguna labor de la casa. Y me encantaba comprarle y llevarle un helado a mi abuelita.

  • Autor Puesto
    Mayra Campos
    Publicado 1 de junio de 2025 en 8:31 AM

    La fragua. Mi abuelo era herrero y hacía ruedas para carretas; había que moldear el aro de hierro que va alrededor de las cuchillas ya hechas de madera en una fragua de hace 65 años, le ponia carbon y leña y nos ponía a manipularla manualmente para que estuviera al rojo vivo para luego llevarla a la mesa de trabajo y hacer su arte. (Moldear el aro al rojo vivo alrededor de la rueda). Claro todo esto bajo un sol por alla debajo de una mata de café qué nos diera.sombra, era como un juego. Asi ayudabamos a nuestros abuelos y aprendimos el valor del trabajo, y nos hicieron la generacion que no volvera pero que personas como vos y los de tu familia valoran y rescatan. Una belleza recordar.

Deja un comentario

Recibe las novedades

Cafe 5/59
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.