De pequeño, me encantaba subir a la casa de mi abuelo Lupo Zúñiga. Él siempre me dejaba ayudarlo en el trabajo, por lo que siempre estaba metido en el trapiche con él, encargándome de arrear a los bueyes —esas bestias gigantes que tanto me fascinaban—, que hacían trabajar aquella máquina con tanta fuerza que presionaba la caña de azúcar para extraer su jugo.
Pero mi sueño, durante mucho tiempo, fue poder manejar la carreta con los bueyes, gritar “¡jesa!” y maniobrar el chuzo. Cuando crecí un poco más, por fin me dijo: “Alinee y enyugue, y veamos cómo se comportan con su guía”.
Recuerdo que me temblaban las rodillas del susto, pero tomé el chuzo, lo puse en el medio del yugo, grité “¡vamos!” y comenzaron a caminar. Qué alegría de chiquillo.
Tiphanie Zúñiga Rivera