Sentía mucho frío, a pesar de que mamá me había puesto varios abrigos y cobijas para el viaje, pero la emoción recorrió mi cuerpo y me olvidé del frío cuando, a lo lejos, vi una inmensa ciudad que se asomaba entre la neblina y el pelo de gato: Cartago. Miraba con asombro las faldas del volcán, repletas de lucecitas. Pero la emoción se apagó cuando apareció un dolor en mi oído.
—Es un aire —dijo papá.
Llegamos a Hortifruti, y el dolor ya era insoportable. Papá, ya preocupado, me frotó el cuello con la mano y me dijo que me acostara. Tomó uno de sus cigarros, lo encendió y lo puso en mi oreja. ¡Qué locura! Pero lo más curioso es que sí me alivió. ¿Alguna vez hiciste este truco?
Tiphanie Zúñiga Rivera